Discursos I. Autobiografía by Libanio

Discursos I. Autobiografía by Libanio

autor:Libanio [Libanio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 0393-01-01T00:00:00+00:00


Segunda adición

No fue así, desde luego, lo que 182 voy a narrar, sino que fue un mal aparente y real y el mayor de los males. Cuatro hombres de casas principales, brillantes en sus estudios, brillantes en el ejercicio de sus cargos y que tenían la esperanza de brillar aún más, los cuatro fueron enterrados en el término de otros tantos meses. Y el emperador, ignorante de la desgracia, envió títulos a quienes yacían en sus tumbas.

Cuando aún los lloraba me sucedió el accidente del pie 183 derecho. ¿Qué ciudad no ha oído hablar de él en los continentes o en las islas? Cuando, tras el baño, abandonaba el establecimiento para ir a cenar, al intentar poner fin a una reyerta, fui a caer en manos de un hombre enfurecido y me encontré en tierra. Y, rodeado por un muro de gente, mi caballo se vio forzado a arrancarme la piel del pie con su casco. Y a ello siguió una abundante hemorragia que cubría por igual todos mis miembros, al punto que no había entre los presentes nadie que no estuviera persuadido de que iba a morir al instante, porque para los ausentes ya estaba muerto[373].

184 Ese accidente se produjo entre dos muertes, la de un esclavo y la de un hombre libre. El hombre libre, mediante sus servicios y esfuerzos, mantenía junto mi ganado; el esclavo me libraba de los efectos de la fatiga y me devolvía la fuerza para enfrentarme de nuevo al trabajo[374]. Se estaban celebrando los Juegos Olímpicos[375] en honor de Zeus Olímpico, pero el discurso que había compuesto para la festividad fue dejado de lado, mientras a mí me consumía, entre otros males, el insomnio.

185 Sé que este verano fue para mí verdaderamente amargo. Y a él siguió otro duro suceso. Otro esclavo que solía acompañar al fallecido en la tarea de aliviar mis cuitas y que, tras su muerte, ocupó su puesto, se marchó al campo para casarse[376]. Allí el calor insoportable y un agua malsana provocaron una epidemia y, a su regreso, murió. Por todo ello me oyeron los dioses muchas veces exclamar: «¡Oh, dioses!».

Sin embargo, otra vez hube de alabar a la Fortuna, que 186 provocó el ridículo de Carterio[377] y de sus protegidos. Éste concibió la idea de establecer aquí como profesor, por decreto del emperador, a esa peste de Gerontio[378]; tomó, pues, a éste y se puso en camino hacia Tracia con la esperanza de convertirse en una persona influyente en la corte. Pero, una vez comprobada su universal estupidez, por la que no dudó en insultar incluso a los favoritos del emperador, fue expulsado y, tomando una embarcación, se hizo a la mar hacia Italia para llevar la noticia de su propio deshonor.

El sofista, por su parte, alquiló sus servicios a un bailarín, 187 con el que ganó dinero mientras duró su éxito, para terminar huyendo ante los rivales del artista, que no le pagaban[379]. Desembarcó en Seleucia[380] y remontando el camino entró de noche por miedo en



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